miércoles, 26 de octubre de 2011

Ya no había nada mas en ese cuarto. Solo una luz tenue que enmarcaba un viejo libro de poesía. Roto, deshojado como un árbol en otoño, olvidado. 
Caminas lentamente hacia el, sabes que no debes hacerlo, tu padre te lo había prohibido. Tu castigo sera terrible, pero la tentacion azota tu cuerpo, y no lo soportas. Lo tomas entre tus manos, y tratas de unir los pedazos de hoja que flotan dentro de el. Lo abres, y no puedes creer lo que ves. Las hojas estaban en blanco. Agarras una pluma antigua, quizá perteneciente a tu abuelo. Y comienzas a escribir. En realidad, no sabes a donde sea que vaya a parar la historia, no sabes que escribes, ni porque lo haces. Tu sudor se derrama en cada letra, y la tristeza que te envuelve hace ya tantos años, se ve reflejada detrás de cada oración gramaticalmente perfecta.
De golpe oyes un ruido, no sabes bien que sea, pero no quieres investigar, el miedo te paraliza, pero no dejas de escribir. Las palabras se ensamblan unas con otras como una enredadera. Te sientes vivo, sientes tu corazón latir. Quizá, hayas encontrado tu lugar en el mundo, detrás de un par de hojas viejas y marrones.
El ruido se hace cada vez mas fuerte, pero nada irrumpe en el viejo altillo. La paz reina, y tu lo sabes, pero aun así, la situación te tiene intranquilo.
Alguien te llama, es tu padre. Escondes ese extraño libro debajo de una pila de revistas y contestas incómodamente. Es hora de irse, te mudaras en un par de horas. Dejaras atrás todo lo vivido en esa casa, incluyendo ese libro que acababas de escribir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gentes que dejaron su marca.