miércoles, 18 de enero de 2012

El Cisne.

Esa fotografía. Esa fotografía que guardo en el cajón. Que se ve tan real que a veces siento que casi puedo tocarla. Tocar cada imperfección de tu piel. Tocar esas arrugas que bifurcan tu piel, pero no te avergüenzan. Y ese perfume, irradia de tu cuerpo y se apodera del aire de mi habitación reclamando memoria. Memoria, memoria. Esa foto. Esa foto que evoca tu recuerdo. El recuerdo de ese día que yo se, que tu sabes, y nadie mas. Esos ojos que me miran, no paran de mirarme. Esos hermosos ojos, que son mucho más claros cuando te escrutan fijamente cerca, muy cerca. No me creerían si dijera que no son Marrones, realmente no me creerían, no se porque. Se que querías ser un cisne. Lo se. Querías que las inmensas plumas blancas como cristal cubrieran tu cuerpo. También se, que allí, unos segundos antes de que tomara la fotografía, la que guardo en el cajón, me contabas de ese hombre amante, dulce semblante. Querías dejar todo lo que eras, buscar tu libertad.  Y lo hiciste. Sigo mirando la foto, no puedo desprenderla de mi mano. Y veo el lunar. Ese lunar que adorna tu pómulo. En el puedo ver el universo. Incluso mi vida.
Quien iba a pensarlo, te convertiste en una plegaria a la felicidad. Si, lo sabes, depende de vos. Íntegramente. Seria todo. Seria luz. Seria las plumas de ese cisne. Seria cada marca en tu rostro. Seria tu corazón. Volvería a latir. A latir. Para que nunca te hayas ido. Para que sigas mirándome con esos ojos, cuyo color, repito, es mas claro de lo que piensas y de lo que piensan los otros. Para que sigas sacándote fotos para que guarde en mi cajón. Fotos que no están más seguras que allí.
Imploro cada día, que algo te traiga de vuelta. Que tu piel blanca brille en la oscuridad. No pasara. Lo se.  Algún día, quizás volverás a articular esos aventajados labios. Lo harás. Tal vez, nunca dejaron de moverse. Y la sangre fluye por tus venas. En mi corazón, la eternidad de puebla. El amor es tu alma, tu corazón. El amor que yo siento, es el motor que hace funcionar tu vida. 
Y si preguntan por ti, que mas da. No se que contestarles. Eras misteriosa, te amaban, te ame, te amo. Les digo que te fuiste de viaje, un viaje largo. O a veces incluso les digo que estás sentada leyendo Nietzsche, en tu sillón, al lado de tu ventana. Me preguntan por ti, claro, hace rato ya no te ven circular por ahí. Mis palabras mienten, pero mis ojos no pueden. Trazo frases y te oculto detrás de ellas.  A algunos otros ilusos les digo que estas nadando en tu inmenso lago de sueños, una vez más. Ellos, los que preguntan, lanzan una carcajada de felicidad, o instalan una media sonrisa en su cara, y se van satisfechos con mi respuesta. La respuesta que invente. Para que no te lloren.
No querías que nadie llore por ti. Te dejas llevar por las olas. Te dejas ir. Te dejaste ir. Querías esto. Nadie más te apoyaría si hubieses contado tus proyectos. Te fuiste y me llevaste a mí contigo. A mí, a mi música, mis libros,  y mi voz. Pero me dejaste tu sillón. Perdón, no es que quiera, pero alguna que otra vez se me resbala una lagrima. Te juro que no es intencional, te lo juro. No puedo evitarlo, la tristeza se hace presente en mí. Y perdón, perdón por no poder recordarte con sonrisas, perdón por recordar lo gris, perdón por no poder,  olvidar. Por no querer olvidar. Olvidarte.
 No existe nada más sanador, que tu foto. Me escucha, parece escucharme, como lo hacías. Simula entenderme, crea ilusiones. A veces absorbo parte de esa sonrisa.  A veces veo tristeza en tus ojos débiles. Pero en esa foto, estas tu. Estas, siempre estas. Es tu inmortalidad que me pertenece y esta guardada en ese cajón. Es tu figura perfecta guardada en mi cajón. No es nadie mas que tu, guardada en mi cajón.
Es ese perfume, que siento cuando entro a mi cuarto. Sale de ti, de la foto. Ese perfume que yo misma te regale. Ese aroma dulce, que termino en ser acido como ningún otro. Pero aun así, en la fotografía es dulce aun. Eras feliz. Siempre lo fuiste. Siempre lo serás. Hermosa como ninguna, fugaz. Plural, entre tantas. Tan propia. Agria y dulce al mismo tiempo. Brillosa. Brillosa, nunca dejaras de serlo.
Extraño tus palabras, mucho. Tantas palabras que parecían frases, frases que parecían poemas. Poemas con los que podría escribir un libro, muy hermoso. Textos, cartas, charlas de horas y horas, con las que podría relatar mi vida. Mi vida entera y mucho más. Siempre justas, certera.
Déjame que te pida un favor, si es que puedo, claro. Promete que te aparecerás en alguno de mis sueños. Alguno de tantos. Déjame que te vea sentir otra vez. Déjame que te sienta yo a ti. Déjame que te abrace. Hazme saber como estas. Si eres feliz. Si es lo que esperabas. Dime que me extrañas. O no me lo digas, porque te obligaría a no hacerlo. Cuéntame si terminaste de leer ese libro de  Nietzsche, que solo algunas páginas te faltaban, y si conseguiste alguna replica exacta de tu sillón. Claro que si no lo has hecho no me molestaría que te pases una tarde, y abuses de el, prometo no decirte nada. Quizás también,  podrás decir que te acuerdas de mí. Y que te acuerdas de lo que te dije, esa tarde nublosa que me dejaste. Me dejaste. Pero no estoy para reproches. Déjame verte reír una vez más. Pruébame que es verdad lo que siempre afirmabas, eso que decía algo maso menos así  “Reírse es la mejor formula de la juventud eterna”. Camino, camino. Camino por la calle. Sin rumbo. Y si puedes en uno de mis sueños, dame la mano. Déjame que tome tu mano por unos instantes. Déjame mirarte a los ojos, esos ojos que no son marrones. Y solo te dejare pronunciar algunas palabras. No muchas, porque de ser así, no podre dormir jamás, pensando en como hacer para no olvidarlas jamás.
Debe ser una banalidad. No me atrevo a quitar la ropa, tu ropa. ¿Por qué? No se. Me recuerda lo mucho que te gustaba ser elegante. Llena de perlas, y zapatos. Muy muy altos. No por que eras bajita, en lo mas mínimo.
Y mi último favor, el último te lo juro. Dime si por fin, te convertiste en cisne.

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