‘Vuelvo a las diez, once a mas tardar.’- dijo.
‘¿Te espero con la comida?’- contestó.
‘No, llego tarde’- la ignoró.
‘Te amo’- se sometió.
La puerta se cerró tras su espalda y en el medio de la noche
estrellada que proponía Palermo empezó a caminar fijamente hacia una dirección.
Paso a paso se detenía unos segundos a ver si alguien lo miraba o lo seguía,
como quien esconde algo. Porque así era. Diez cuadras derecho, doblar a la
izquierda, cuatro cuadras más, cruzar y
caminar aproximadamente unos veintitrés pasos. Edificio numero 985, piso 6, departamento
A. Toco el timbre, y espero. Nadie respondía el portero. Al principio le pareció
raro, pero pensó que podía haber no sonado, que podía haber estado durmiendo,
sabia que lo estaba esperando, habían hablado hace una hora y diecisiete
minutos. Toco otra vez, y por el portero una voz quemada por el cigarrillo
barato de años contestó.
‘Esta abierto’-
Con un empujón abrió la pesada puerta y la oyó cerrarse sola
mientras avanzaba en dirección al ascensor. Tenia una especial fobia al
encierro, pero no se permitiría gastar unos minutos en subir las escaleras, ni
tampoco quería agitarse, ni cansarse, ni nada. Quería estar en óptimas
condiciones, como siempre lo estaba. Tres golpes a la puerta, si era el. Tres
golpes nada más. Ni uno mas ni uno menos. La puerta se abrió. Estaba envuelta en
una bata roja, de encaje, de mala calidad. El pelo despeinado y olor a hombre
como era habitual. Las luces solían ser tenues. Y el humo de cigarrillo impedía
respirar. Entro y se acomodo en el sillón, como quien repite una rutina casi de
memoria. El juego empezó como todos los sábados. Sin aplicarle ninguna
variante. Baile, besos, y lujuria. Eso era todo lo que ella podía ofrecer. Era
una puta. El lo sabía, sabia que era una puta y le encantaba. Incluso era lo
que mas le atraía de ella, que el no era ni el primero, ni el ultimo de la
noche y que la compartía con uno o dos o tres de su edad, o mas grandes o mas jóvenes.
Claro que quedaba más que satisfecho y no quería mas nada. A veces se quedaba
un poco mas de tiempo, solamente cuando tenia muchas ganas, y no estaba
cansado. Rara vez se quejaba de su trabajo, era experta en lo que hacia y no
cobraba caro.
Tirados en la cama, revolcados entre las sabanas usadas ella
dijo:
‘No me canso de decir, que eres uno de mis preferidos.’
El no contesto.
‘¿La semana que viene a la misma hora?’ ella insistió.
‘Como siempre.’ Contestó. (‘Te amo’- recordó).
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Gentes que dejaron su marca.