lunes, 4 de febrero de 2013


Mi madre me decía que si un dedo señala el cielo, los tontos miramos el dedo. No sé. Lo habría copiado de algún lugar, o leído, o pensado ella misma, ¿por qué no? Tal vez me decía tonta a mi, o sabia a ella, tampoco lo se. Me contaba que el cementerio estaba lleno de indispensables, y que los buenos vamos para arriba. Leía cada noche, el diario que había llegado a la mañana, quizás no quería  dejarse sorprender con las noticias a lo largo del día, o pretender ser una especie de adivina, cuando al leer el diario se diera cuenta que todo eso ya lo sabía.

Un día jugamos a las cartas, hizo trampa y perdió. O yo perdí. No me acuerdo. Hacia frio y tomábamos algo caliente y a la par nuestras manos ejecutaban la jugada. Muchas veces le quise enseñar a jugar al ajedrez, y no quiso aprender. Decía que era un juego para ‘tontos’ que se creen reyes o reina y tiene en su haber ocho peones dispuestos a entregar la vida por su amo. Porque, si uno lo piensa, cada vez que hay que hacer un sacrificio, se piensa en el peón, no en el caballo ni en la torre, en el peón. Sera porque va despacio, o avanza poco y solo puede atacar en una misma dirección. Tampoco puede volver hacia atrás.  Pero mi madre no sabia todo esto de ‘ataques’ y movimientos, porque no sabia jugar, entonces no se porque odiaba el juego.

Me enseño muchas cosas, y muchas otras se las enseñe yo. Por ejemplo, me enseño a leer al revés y así crear un nuevo idioma. También a cantar debajo de la lluvia. Cosas insignificantes dirán. Cosas vanas. Pero así, entendí los libros desde otro lugar, desde un punto que ni siquiera el propio escritor había descubierto. Y la lluvia, aprendí a amar la lluvia más que a nada en el mundo. Porque solo podía cantar cuando esta llegaba. Y cantar fuerte, y correr por el parque. Ella me miraba desde el techito que cubría la entrada de nuestra casa. Era feliz mirándome, o eso parecía.

Pero, después con el tiempo me fui dando cuenta que nada existía. Ni el tablero de ajedrez que jugaba sola, ni la lluvia, ni nuestra pequeña casa. O tal vez que los peones eran reyes y los reyes peones. Por primera vez se ubicaban delante, y daban su vida por los esclavizados peones. A las cartas las había volado el viento. Busque en mis memorias un rato largo, y mi mama no estaba. Pasaron días, meses, años, siglos. Mi mama no existía, no era real, y si ella nunca existió… ¿Yo?