jueves, 8 de marzo de 2012

Complicidad.

Y me contó de su vida. Me conto de sus amores. Aun no ha perdido ese brillo en sus ojos que  destella a metros de distancia. Habló, habló muchísimo. Me conto lo feliz que es. Se dirigía a mi como si hablarme fuera parte de su naturaleza. De vez en cuando mis pupilas viajaban por los recuerdos, me acuerdo de todo, de cada detalle. Abrazos. Besos mudos. Charlas infinitas, charlas que se parecían mucho a ésta, pero diferentes.

Fue con mi mano acercándose a la suya que me cuestione a mi misma si me seguiría queriendo. Si acaso habría alguna razón remota para que lo siga haciendo. La respuesta se clarificaba de a ratos, y desaparecía por otros.  La tentación se hacia cada vez mas participe de la conversación. Y la hice. Hice la pregunta. Le pregunte si me seguía queriendo. Si quizás, cuando estaba con ella pensaba en mi. Si tal vez ella logra erizarle la piel como yo lo hacia, y lo estaba haciendo.

Comenzó a llover, sonaba alguna sinfonía, no recuerdo el nombre, podría ser Vivaldi, podría ser Beethoven.  Vaciló algunos segundos, segundos que parecían siglos. Y no lo hizo, no me dio la respuesta. En cambio pasó lo que yo más temía o quizás anhelaba, desplazó su mano hasta mi mejilla, la dejo allí reposando,  como un pianista recorrió cada parte de mi piel imperfecta. Su mano no se detuvo, bajo por mi brazo y llego a mi mano. Quito una pequeña parte de mi esmalte de uñas, como lo hizo siempre. Nuestros ojos se mezclaron en un inmenso laberinto de incógnitas, la luz era tan tenue que apenas logramos distinguir nuestras siluetas, nada de colores ni cabello.

Estábamos en el sillón, y si no lo mencioné  antes es porque pensé que no seria capaz de declarar esta parte de la historia.

Sentados, no tan cerca. Mucho más lejanos que nunca. Se había producido un abismo de sentimientos entre los dos, el abismo que en ese momento nos estaba separando. Se acercó, aun con mis manos en él. Cerré mis ojos, por miedo dirán y tal vez  yo acepte esa  definición. Le dije que esto no era lo correcto, que ambos lloraríamos luego, que seriamos amantes sedientos de placer, pero no le importo. Firme en su tarea de amarme, me beso.  La unión de mi mundo y el suyo. La unión que antes parecía tan familiar, hoy era algo prohibido. A partir de ese momento, tomamos al amor como rehén, y la lujuria de vernos y sentirnos luego de tantos reproches se apodero de cada suspiro que yo emanaba en su nombre.

Ahora es de mañana, la lluvia ya ceso. La música había llegado a su fin hace un par de minutos. En el suelo, estaba la ropa, testigos sordos de nuestra noche de pasión. Él sigue a mi lado, duerme.  Debo volver a mi casa, y el a la suya. Miro la hora, es tarde. Me desprendo de entre sus brazos, tomo mi ropa del suelo. Mi cuerpo no parece dar señales de lo ocurrido. Camino en dirección a la puerta, tomo el anillo, lo coloco en mi dedo, como ha estado durante un par de años. Abro la puerta, lo dejo atrás. Tengo un viaje hasta mi casa, un tanto largo. Tengo un viaje, para pensar en como excusarme. La verdad morirá conmigo, no así como mi primer amor, que vivió hasta esta última noche, nuestra primera noche.

Cierro la puerta, la llave gira. La ultima leña de la chimenea, termina de arder.

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