Con la cabeza apoyada contra el árbol, dejo a la lluvia mojar su piel. No tenia nada mas que hacer, que estar allí. Desde su posición podía divisar un corazón, con las iniciales “L y S”. Estaban grabadas de manera intensa, como si los dos jóvenes, o mayores, quien sabe, querían que perduren tanto como el árbol en pie. La letra era un poco desprolija, y el corazón, también, como quien lo hace apurado, casi a escondidas. Inevitablemente recordó el amor, el amor que sintió por ese joven de ojos violetas. Recordó como corrían por el campo, y también por la ciudad, recordó cada detalle de sus labios.
Ese joven, con el que se juro amor eterno. Era todo tan utópico, no podía creer que eso le estuviese pasando. Habiendo millares de personas alrededor del mundo, Cupido se había tomado el atrevimiento en cruzarlos. Las miradas cómplices y besos escondidos no tardaron en llegar. Cada caricia era guardada casi en un cuadro, cuadro que luego adornaría la casa que con tanto esfuerzo se compraron. Nunca una falla, nunca una discusión. Eran almas gemelas, como en las películas, esas historias de amor que uno jamás creería que existen.
Los hijos vinieron luego, fueron tres, pero solo dos vivieron. El último, que llevaba el nombre de su padre no soporto el parto. Pero aun así, juntos habían logrado superar cada escollo que la vida les proponía. Tomados de la mano a veces, otras abrazados, siempre formando una sola sombra en la pared. Nietos, bueno, no aun. Seguramente llegaran, con los años.
Cuando se miraban, no había nada más en el mundo que importara. Nada más en el mundo que importara. Los planetas mismos buscaban un lugar preferencial para observarlos. Las estrellas iluminaban su camino, y el Sol, el Sol era su principal faro. Todos complotados, para que todos los días, salga una flor en su jardín.
Por fin logra despegar la cabeza del árbol, la lluvia es cada vez mas intensa. La vejez ya casi le impide caminar. El color blanco se apodero de su cabello rojizo, y las arrugas surcan su piel como ríos. Pero Sofía, es fuerte. La tristeza es inmensa. Mira a su derecha, y ve el mundo vestido de luto. Acaricia el corazón. Lento, paso tras paso comienza a avanzar, dejando atrás a su fiel compañero de miradas, compañero que siempre llevara en su alma, así como ese corazón grabado a fuego, que perdurara en el tiempo y morirá de pie junto con aquel árbol.
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Gentes que dejaron su marca.