Puso en su jardín de Rosas una escalera. Una escalera larga
y con millares de escalones desprolijos. La apoyo contra un árbol, no tan
grande, y un poco viejo por los años, pero que seguía en pie a pesar de largas
jornadas soleadas, interminables lluvia doradas y noches estrelladas.
Para continuar con mi relato es necesario aclarar que era de
noche, y el no veía que yo estaba escondida atrás de la planta de Jazmín
observando cada uno de sus movimientos de manera sigilosa. Si me hubiese visto,
no hubiese concluido su misión. Era muy vergonzoso y apenas alejaba su nariz de
los libros para ver el resto del mundo que lo rodeaba. Por eso no puedo
explicar todavía porque salió esa noche de su cuarto, y fue al jardín, con una
escalera que quintuplicaba su estatura. Últimamente
había estado leyendo mucha ciencia ficción, demasiada. Creí que solo podía ser algún
delirio de súper héroe, pero aun así no quise interrumpirlo en su tarea. Tal
vez porque era la primera vez que lo veía feliz, o por lo menos notaba un
brillo particular en su mirada, desconocido hasta esa noche.
Estaco las patas inferiores de la escalera al barro húmedo que
rodeaba el árbol, manchándolas así de manera permanente, nadie iba a limpiarlas
luego. Las aseguro usando muchísimos recursos, incluso creo pequeños
montoncitos de tierra a su alrededor para afirmarlas aun mas. Así quedo la
escalera enterrada en la tierra y al mismo tiempo apoyada sobre el sauce añejo.
Luego, se agarro con firmeza usando sus dos manos pequeñas y empezó a subir.
Sus pies eran solo un poco más grandes que sus manos, y sus piernas bastante
cortas y débiles, así que llegar al tope de la escalera le costaría bastante.
Subió hasta llegar a la copa del árbol, y así la escalera había
concluido. Arranco algunas hojitas, y como fingiendo que entendía algo de la
velocidad y rumbo del viento las dejo caer. Cayeron en forma paralela al árbol,
así que supuso que no había viento, y se sintió conforme con el resultado. Miro
para arriba y vacilo unos segundos. Miro la Luna. Estaba redonda y blanca. Su
majestad imponía respeto ante las estrellas que la miraban asustadas. Extendió
sus brazos, y aun así no podía tocarla. No podía hacerlo. Se lamento. Cerró sus
ojos y apretó sus parpados con tanta fuerza que le brotaba alguna que otra
lagrima incandescente. Entre dientes comenzó a repetir una frase, probablemente
la había leído en algún cuento de hadas, o en una enciclopedia.
‘Nada es imposible si se tiene...’ Olvido como continuaba, abrió
los ojos. Volvió a mirar la Luna, y luego el suelo. Se dio cuenta de lo mucho
que había avanzado, de lo lejos que estaba de la realidad cotidiana, y entonces
volvió a cerrar sus parpados y con su pequeña voz infantil rompió el silencio
de la noche.
‘Nada es imposible si se tiene el valor de intentarlo. Nada
es imposible si se tiene el valor de intentarlo. Nada es imposible si se tiene el
valor de intentarlo.’ Y cada vez más fuerte. ‘Nada es imposible si se tiene el
valor de intentarlo.’ No paraba de
repetir su frase, no se daba por vencido. Y fue cuando menos los espero que sintió
sus pies elevarse unos centímetros de las hojas del árbol. Apretó sus puños, de
miedo tal vez. Pero sus ojos, cerrados. Suave,
sutil, volaba. O al menos así lo creía. Por primera vez miro hacia arriba y aun
vio la Luna. Miro hacia abajo y vio el suelo. Miro en frente y estaba la
escalera. De nuevo, había caído. Estaba
justo como al principio. Parado, sobre la tierra húmeda que bordeaba el sauce.
En el medio del jardín de rosas y yo atrás del jazmín.
Suspiro. Lleno su panza de aire y la hizo inflarse como
nunca antes. Se ajusto los pantalones, corrió un mechón de pelo que estorbaba
en su frente y se dirigió a la escalera. Se aferro con fuerza una vez mas y
dijo: ‘Nada es imposible si se tiene el valor de intentarlo, fallar y volver a
empezar.’ No volví a verlo. Tengo en el
recuerdo su última frase, sus libros quedaron allí, en su habitación. Tal vez
me pregunten porque no corrí a buscarlo. Y yo podría responder, que deje que
sea libre y soltarlo al país de los sueños.