sábado, 28 de julio de 2012

La escalera


Puso en su jardín de Rosas una escalera. Una escalera larga y con millares de escalones desprolijos. La apoyo contra un árbol, no tan grande, y un poco viejo por los años, pero que seguía en pie a pesar de largas jornadas soleadas, interminables lluvia doradas y noches estrelladas.
Para continuar con mi relato es necesario aclarar que era de noche, y el no veía que yo estaba escondida atrás de la planta de Jazmín observando cada uno de sus movimientos de manera sigilosa. Si me hubiese visto, no hubiese concluido su misión. Era muy vergonzoso y apenas alejaba su nariz de los libros para ver el resto del mundo que lo rodeaba. Por eso no puedo explicar todavía porque salió esa noche de su cuarto, y fue al jardín, con una escalera que quintuplicaba su estatura.  Últimamente había estado leyendo mucha ciencia ficción, demasiada. Creí que solo podía ser algún delirio de súper héroe, pero aun así no quise interrumpirlo en su tarea. Tal vez porque era la primera vez que lo veía feliz, o por lo menos notaba un brillo particular en su mirada, desconocido hasta esa noche.
Estaco las patas inferiores de la escalera al barro húmedo que rodeaba el árbol, manchándolas así de manera permanente, nadie iba a limpiarlas luego. Las aseguro usando muchísimos recursos, incluso creo pequeños montoncitos de tierra a su alrededor para afirmarlas aun mas. Así quedo la escalera enterrada en la tierra y al mismo tiempo apoyada sobre el sauce añejo. Luego, se agarro con firmeza usando sus dos manos pequeñas y empezó a subir. Sus pies eran solo un poco más grandes que sus manos, y sus piernas bastante cortas y débiles, así que llegar al tope de la escalera le costaría bastante.
Subió hasta llegar a la copa del árbol, y así la escalera había concluido. Arranco algunas hojitas, y como fingiendo que entendía algo de la velocidad y rumbo del viento las dejo caer. Cayeron en forma paralela al árbol, así que supuso que no había viento, y se sintió conforme con el resultado. Miro para arriba y vacilo unos segundos. Miro la Luna. Estaba redonda y blanca. Su majestad imponía respeto ante las estrellas que la miraban asustadas. Extendió sus brazos, y aun así no podía tocarla. No podía hacerlo. Se lamento. Cerró sus ojos y apretó sus parpados con tanta fuerza que le brotaba alguna que otra lagrima incandescente. Entre dientes comenzó a repetir una frase, probablemente la había leído en algún cuento de hadas, o en una enciclopedia.
‘Nada es imposible si se tiene...’ Olvido como continuaba, abrió los ojos. Volvió a mirar la Luna, y luego el suelo. Se dio cuenta de lo mucho que había avanzado, de lo lejos que estaba de la realidad cotidiana, y entonces volvió a cerrar sus parpados y con su pequeña voz infantil rompió el silencio de la noche.
‘Nada es imposible si se tiene el valor de intentarlo. Nada es imposible si se tiene el valor de intentarlo. Nada es imposible si se tiene el valor de intentarlo.’ Y cada vez más fuerte. ‘Nada es imposible si se tiene el valor de intentarlo.’  No paraba de repetir su frase, no se daba por vencido. Y fue cuando menos los espero que sintió sus pies elevarse unos centímetros de las hojas del árbol. Apretó sus puños, de miedo tal vez. Pero sus ojos, cerrados.  Suave, sutil, volaba. O al menos así lo creía. Por primera vez miro hacia arriba y aun vio la Luna. Miro hacia abajo y vio el suelo. Miro en frente y estaba la escalera.  De nuevo, había caído. Estaba justo como al principio. Parado, sobre la tierra húmeda que bordeaba el sauce. En el medio del jardín de rosas y yo atrás del jazmín.
Suspiro. Lleno su panza de aire y la hizo inflarse como nunca antes. Se ajusto los pantalones, corrió un mechón de pelo que estorbaba en su frente y se dirigió a la escalera. Se aferro con fuerza una vez mas y dijo: ‘Nada es imposible si se tiene el valor de intentarlo, fallar y volver a empezar.’  No volví a verlo. Tengo en el recuerdo su última frase, sus libros quedaron allí, en su habitación. Tal vez me pregunten porque no corrí a buscarlo. Y yo podría responder, que deje que sea libre y soltarlo al país de los sueños. 

miércoles, 18 de julio de 2012


La desesperación de saber que su vida se desarma entre sus dedos como un pedazo de papel mojado, y no encuentra el Sol, no encuentra el Sol para que fortalezca ese trozo ya casi todo roto por la humedad. Corre por la casa buscando el calor, en serio corre. Corre con todas sus fuerzas con él entre brazos. Sabe que lo tiene consigo, puede tocarlo, pero aun si no puede sentirlo, aunque trata de hacerlo de mil maneras diferentes. Tiene que aprender a ser fuerte por una vez, solo por una noche. Todo será mejor a la mañana. Eso espera. Uno nunca sabe porque le teme a la noche, nunca se lo pregunta, solo le teme.  Sera tal vez por la oscuridad de la soledad, de la tristeza, de la agonía.
Ya no había nada mas en esa casona inmensa, solo ella, corriendo con un alma entre manos.  Un alma pequeña  y suave. Muy pequeña, casi imperceptible a la vista. Ya no aguantaba mas, estaba cansada, tenia sueño, y lloro. Lloro por primera vez en mucho tiempo. Rompió la manta de negrura que la noche distribuye con un alarido incontenible de dolor. Lloraba tan fuerte que le dolía la garganta. Sentía su pecho abrirse como con un corte perfecto en su centro, un corte de un cuchillo muy afilado que no la hacia sentir ningún dolor físico. Sabía que con cada lágrima se desgarraba su piel dejándole marcas permanentes. Cada lágrima quemaba como acido pero aun así no le dolía. Le dolía la espera. Le dolía saber que estaba parada en el medio de una nada inmensa. Corriendo hacia ningún lugar, y con esa vida, que seguía derramándose por su cuerpo, y ya casi llegaba a sus rodillas.
“Todo será mejor, todo será mejor en la mañana.” Ahora piensa en voz alta, quiere creer que sabe que pasara. Se disfraza de Oráculo por unos segundos, juega a eso para espantar el llanto. Recurrió a momentos felices, a los más felices, y aun así su sonrisa era cada vez mas opaca. Los pies le dolían y las manos le sangraban, al igual que el corazón que se partía en mil pedazos diferentes, todos distintos entre si, e imposibles de encajar nuevamente.
Ahora, ahora siente ira. Un sentimiento mucho peor al de la tristeza. Ira de que no la dejaran llorarlo. No se lo permitían. Por eso también, lloraba con más intención. ¿Acaso quien lograría apagar esta llama que ardía en su estomago y subía hasta sus labios?
Por fin, por fin llego el Sol. La luz incandescente le hacia mal a los ojos. La oscuridad abrió paso a la misma vida, quien llego para quedarse. Vida y muerte en un mano a mano. Ella miraba sin entender, no podía creer lo que estaba viviendo. Necesitaba una decisión. Ya no podía rozar nada entre sus manos. El Sol, que siempre la miraba desde arriba, ahora estaba justo a su lado, dándole calor. La abrazaba entre sus brazos fogosos y construía en ellos un refugio. La lluvia no tardaría en llegar. El frio era punzante. Y sus manos ya estaban vacías.
Entonces se tiro al suelo, cayo de bruces y tomo su cabello por las puntas, tiraba fuerte, tiraba muy fuerte para probarse que no estaba soñando. Sus lágrimas cambiaban de color, le ardían en la piel, sus dientes tiritaban y su pecho abierto sangraba de pena. Le habían dado la vida, se la habían dado. La tuvo entre manos, por una noche, solo por una noche. 
La oscuridad desapareció por completo, el Sol volvió a tomar su lugar en el cielo. Amaneció, al fin. El cielo era de un color turquesa, como nunca antes. Veía estrellas por todos lados, estrellas de día. Ahora podía sentir el calor dorando su piel fría y mojada. Miro sus manos una vez mas y solo vio su piel, sus venas, sus uñas a medio crecer y un temblor que no cesa.  Tenía una molestia en el cuello, que se extendía a lo largo de su columna. Pero todo acabo al fin. Dejo su cuerpo caer en el pasto, sintió la tierra llena de roció besar su mejilla y secar sus lagrimas. Ahora hay claridad, por fin durmió, mientras que se repetía  una vez mas ‘Todo será mejor, en la mañana.’