Con su mano derecha tomo un pincel. Un pincel pequeño y
liso. Un pincel con pocos pelos. Empezó a dibujar una silueta, precisa. Con una encorvada cintura. Dibujo un
par de piernas, y un par de pies. (¿Sabes
por que? Porque pensó que estas son las bases del cuerpo, somos lo que somos
porque tenemos pies, y quien no lo tiene, entonces será especial, un ángel tal
vez, con otra misión en la tierra, pero esta silueta sí tendría pies, quería que
camine, corra y baile aunque no haya melodía.) Mas que nada, moldeaba esas caderas
voluptuosas y las hacia propias. Trazaba cada parte de esa figura con profunda dedicación,
y de a ratos paraba para secarse el sudor que surgía de su frente. Era raro, tenía
olor a margaritas. (¿Has olido alguna vez
el olor a Margaritas? Puedes hacerlo cuando quieras, o imaginar que lo haces,
cuando en realidad solo hules el pasto que crece desprolijo en la vereda. ) Poco
a poco esa masa de arte se iba convirtiendo en algo parecido a una mujer.
Dibujó su torso desnudo y en su centro un ombligo. Era redondo, y común. (Entenderás que con esto no quiero insinuar
que si tu ombligo no es redondo no es ‘común’, solo que prefirió no hacerlo ni
cuadrado, ni triangular, ¿Sabes?) Subió sin piedad por su cuerpo hasta
llegar a su cara. Le hizo ojos, principalmente ojos. Perfectos, almendrados,
con pestañas largas y marrones. Sabia que si no le hacia ojos, entonces no
seria nada. Sabía que a pesar de todos los detalles que le había incluido en la
piel de sus piernas y en la pureza infinita que había plasmado en sus manos, no
habría mujer sin ojos. (Habrás oído muchas
leyendas sobre el, muchas ciertas, muchas no tanto. Una de ellas cuenta que su
delirio eran los ojos. Entonces entenderás el porque de todo este esmero casi diabólico
en la cara de esta joven) Tenia miedo de que al dibujar su boca fuese lo
suficientemente perfecta como para opacar el brillo de sus pupilas, entonces siguió
por la nariz. La nariz, pequeña. Angosta. Era vecina de los ojos, o casi
vecina. Fue difícil hacerla de su tamaño ideal, tenia miedo que ocupe mucho
lugar, lugar que podría pertenecerle a las pestañas. Paso por lo pómulos, y les
aplico un poco de color rojo. Otra vez, tenía que descender a la boca. La
consideraba un problema. (Debo confesar,
que según dicen, muchas veces se le paso por la cabeza no otorgarle ni labios,
ni dientes.) Trazó un conjunto de líneas que juntas formaban labios, que a
la par formaban una boca. Habiendo concluido se alejo unos pasos de su pintura.
La miro de cerca, de lejos, por izquierda y por derecha, pero había algo, algo
que no sabia con exactitud que era. Un defecto. (Considerando su eterna perfección no se permitiría tener un solo
error, quiero decir, era la primera vez que dibujaba una mujer. Siempre había dibujado
paisajes, tal vez por eso, le resultaba tan antipático a la vista, ¿Qué crees?)
Después de escrutar el lienzo blanco por unas horas, tomo con la misma mano
que toma su pincel, un cuchillo con poco filo y con profunda convicción y furia
destrozo el dibujo que había creado. Separó el cuerpo de esa mujer en millones
de trozos diferentes. (Si vieras como
quedo esparcida sobre el piso de la habitación te hubiese dado ira, y pena, pero ira más que otra cosa)
Herida, sufría sin sonido, gritaba, pero nadie la escuchaba. Tajeada sin
piedad, y desarmada en infinitas partículas que ya no podrían volver a unirse.
El pintor salió corriendo por la puerta trasera de su casa. Nada mas se sabe de
él, nada. Muchos dicen que intentaron reconstruir su obra, pero por más que
intentaron, falta un solo pedazo, uno solo. Dirán que se lo llevo con el, en su
huida, dirán que solo desapareció en el suelo, o lo voló el viento, o tal vez
que nunca esa parte existió.
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Gentes que dejaron su marca.