martes, 8 de enero de 2013


Uno, dos, tres. Cruza el comedor. Corre por la cocina. Cuatro, cinco, seis. Se desespera en la pared buscando el interruptor de la luz. Había escuchado el ruido de la cabeza golpearse contra el mármol. No, no era. No, no quería que fuera. Siete, ocho, nueve. Vamos. Sigue corriendo y no mira para atrás. ‘Estoy soñando.’ Le diagnosticaron cáncer de pulmón. ‘Estoy soñando, vamos, despierta.’ Le dijeron que iba a morir. ‘No, no murió.’ Lo toma por atrás de la cabeza y lo sacude. ‘Despierta.’ Ojos para atrás. Manos para atrás. Corazón que no siente. ‘Abrí los ojos, mierda abrí los ojos. Cobarde.’ Le habían dicho muchas cosas en su vida que se negó a aceptar, esta era una. ‘¡AYUDA!’ Nadie la escuchaba, estaba en el campo. Se había ido ahí, porque sabia que nada iba a pasar. Pero pasó, entonces en realidad no sabía nada. ¿Una ambulancia? No, demasiado tarde. ‘Mi niño tiene sueño, bendito sea, bendito sea.’ Se balancea con su niño en brazos como si lo estuviese hamacando en medio de un prado. Pero eso no era un prado, era una casa, y su niño no dormía. ‘Fuentecita que corre, clara y sonora, ruiseñor que en la selva cantando llora.’ Suspiro final. Primeras lagrimas. Se cierran los ojos. Se humedecen las pestañas y los pómulos de mujer blanca.  ‘Calla mientras la cuna, se balancea’  Lo deja en su cama, se seca con el delantal blanco las lagrimas. Camina en dirección a la puerta. Se apaga la luz. Paneo general a la habitación. ‘Mi niño tiene sueño, bendito sea, bendito sea.’ Paz. La noche. Diez. 

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Gentes que dejaron su marca.