La lluvia destrozó todo. Todo, absolutamente todo. Desde el Ciprés que hace tantos años custodiaba mi patio, hasta mi corazón que había salido a tomar aire. El mundo se paro a ver las gotas de agua precipitar de manera estrepitosa. El mundo se paro a ver como todo se destruía poco a poco, poco a poco, sin poder hacer nada. Nada de nada. El cielo mismo se caía encima de mi cabeza, la tormenta me alcanzo, me humedeció por completo, pero estimo que yo así, fui feliz.
Y de repente, debajo de la lluvia mi mirada que tímida se levantaba se entrelazó con la tuya. Respiré hondo, hondo como el océano azulado. Y mis ojos como peces inquietos no podían esperar para seguir mirándote. Me acerque, de a poco. Muy de a poco, para que no notes mi presencia. Tu sonrisa me dio miedo, era tan calma. No como la lluvia que seguía cayendo sin parar. No me miraste, no lo hiciste.
Podría haberme arrojado a tus brazos, podría haber rozado tus mejillas con mis manos mojadas. Podría haber echo muchas cosas. Pero no hice nada. Mi cuerpo se paralizo por completo, no podía inhalar aire puro, lo único que entraba a mi cuerpo era el olor a tierra mojada.
Pero esto no es para hablar ni de utopías, ni de amores imposibles. Esto es para hablar de algo tan simple y básico como la lluvia. Claro que nadie puede evitar que llueva, a la vez que no se puede evitar que bajo el agua te haya mirado de esa forma. Esa forma que me hizo sentir tu alma, y robarme un pedazo, muy pequeño, tan pequeño que cabe en la palma cerrada de mi mano izquierda. Tan pequeño que si lo dejara en mi habitación, lo perdería. Tan pequeño como tus ojos, que cuando te miran se hacen inmensos.
Cuando regreso a ese día, vuelvo a ver tu rostro. Te veo flotando en el cielo, bailando en la lluvia. Y yo guardo una parte tuya conmigo, ese pedacito de alma que te robe. Con esa mirada, me regalaste todo. Me regalaste el universo, me regalaste la quinta estrella que salió la noche después de mirarnos. Todo esto sin saberlo. Todo esto sin saberlo.
No puedo, no puedo no reclamar tu presencia mediante estas vanas palabras. No puedo hablar de la lluvia, en serio no puedo. La lluvia. Esa lluvia que nos unió alguna vez. Esa lluvia que nunca más nos separo.
Hoy, llueve otra vez. Se me ocurren millares de cosas para hacer. Quiero correr, en cambio, hago otra cosa. Salgo, con los brazos extendidos, las gotas cierran mis ojos. Abro la vida al cielo, e intento devolverte el pedacito de alma, que alguna vez, bajo esta misma lluvia, te robe.
Que lindo, Macca. Ay, amo la lluvia, y amo como escribís, y te amo. Paremos de contar :)
ResponderEliminarMe encantó.