Paso por paso voy avanzando. Lenta, pero segura. Maquillaje,
mucho maquillaje surca mi cara de ahora, con la de hace unas horas. Brillo,
brillo mucho. Pestañas largas, rouge.
Apenas levanto un poco mi largo vestido, para poder caminar. Hermoso,
muy hermoso. Es de un color azul, profundo, casi tanto como el océano, o
incluso un poco mas. El pelo acaricia mi cintura, y a pesar de sus tantas horas
de peluquería, conserva ese olor a poco, que tenia hace unas horas, unas horas
que se pasaron muy rápido.
Hace unas horas, me subí al auto. El auto que me lleva a mi destino, mi destino. Ese destino que yo misma elegí como religión. En el camino, unos tantos me saludan, otros no notan mi presencia, pero no me quejo. A algunos los veré en un rato, en frente mio, a otros no los veré nunca mas, así es, nunca mas. Mientras estoy allí, en el auto, cierro los ojos. Inspiro profundo. Siento el aire, siento el aroma de los eucaliptus que bordean la autopista, incluso siento el perfume barato del chofer. Me visualizo en un campo, para concentrarme claro. En unas pocas horas, estaría parada en un escenario, en medio de un enorme lugar, y a nadie quiero desilusionar. Miro mis manos, sigo la corriente de mis dedos y llego a mis uñas. Pintadas de un blanco brillante, descascaradas ya.
Después de un viaje, no tan largo, no tan corto llego. La muchedumbre esta instalada en la puerta, quien sabe hace cuanto. Según dicen, debo entrar por la puerta trasera, contra mi voluntad, aseguro. No entiendo, no entiendo porque me recluyen. Después de todo soy, y seré una persona normal, como cualquier otra, solo que con muchos…conocidos. Ven el auto, es inevitable que no noten que estoy dentro, gritan, corren, algunos lloran. ¿Por mi? Claro. Me ven como un ser supremo, como algo que quizás no soy. Se desilusionarían bastante de mi, sin todos los cristales y vestuarios. O no. No lo se.
Cuatro o cinco hombres, altos, se ubican alrededor de la puerta. Esperan que yo salga. Esperan que salga la que dentro de unas horas se convertirá en eso que todos quieren ver. Salgo, con la mirada a gachas, nadie quiere verme así. Así, como en realidad soy. Con una remera negra, estampada y un jean. El pelo un tanto alborotado, y rímel corrido de hace unas noches. Sin pestañas postizas. Sin purpurina, solo yo.
Entro, y claro una tropa de gente se me abalanza. Me llevan, como una corriente irrefrenable a algo que denominan Camarín. Mientras que algunos se encargan del pelo, otros de mi cara. Me toman por el brazo, como un maniquí y me visten, me prueban vestidos, zapatos extravagantes. En un parpadeo, soy toda de ellos, integra. Soy lo que quieren de mí. Soy esa famosa cantante que hace shows alrededor de mundo. Dejando atrás a la joven soñadora que cantaba en fiestas familiares.
El show comienza en unos segundos, me llaman y me apuran para que vaya al lugar, donde me habían indicado. No corro. Mi sueño esta allí, detrás del telón.
Paso por paso voy avanzando. Lenta, pero segura. Maquillaje,
mucho maquillaje surca mi cara de ahora, con la de hace unas horas. Brillo,
brillo mucho. Pestañas largas, rouge.
Apenas levanto un poco mi largo vestido, para poder caminar. Hermoso,
muy hermoso. Es de un color azul, profundo, casi tanto como el océano, o
incluso un poco mas. El pelo acaricia mi cintura, y a pesar de sus tantas horas
de peluquería, conserva ese olor a poco, que tenia hace unas horas, unas horas
que se pasaron muy rápido. Me ubico, detrás del telón. Siento los aplausos,
oigo los murmullos. Todos me esperan.
Las lucen comienzan a atenuarse. Una vez mas cierro mis ojos. Respiro profundo, tomo el micrófono. La música comienza a sonar más y más certera. Es mi hora.